Fue fundada para orientar
a los navegantes. La ciudad, que creció ligada al turismo, preserva el espíritu
agreste. Es el centro de una cadena de playas unidas por su diversidad
de oleajes, arenas y vientos
Paola Irurtia / La Capital
Unos dicen que fueron las dunas, que vistas desde lo alto tomaban
la forma de una paloma en vuelo, lo que le dio el nombre al paraje.
Otros, halló su nombre del contorno de una de las islas
que se encontraba frente a la bahía y que después
de construida la escollera del puerto se unió al continente
y perdió esa forma. La Paloma es el principal balneario
de la costa atlántica de la República Oriental del
Uruguay. Nació y creció como centro turístico
a partir de la década del 40; cuando al Faro que dio comienzo
al caserío se uncieron el puerto y el ferrocarril que la
unía con Rocha, la capital departamental. Si un arco abarcara
la costa uruguaya desde Piriápolis, aún sobre el
río de la Plata; hasta Chui, la ciudad de doble ciudadanía
uruguayo-brasilera; encontraría a La Paloma justo en el
centro.
La Paloma está ubicada 240 kilómetros al este de
la capital del país, Montevideo; enclavada en el Atlántico
en el Cabo Santa María que forma parte del departamento
de Rocha, el de más extensión sobre la costa, con
180 kilómetros de playas. Testigo de cientos de naufragios,
el cabo se escogió para levantar un faro que guiara a los
navegantes y que se inauguró en 1874. En ese entonces el
sitio era una inmensidad de arena dorada y móvil que se
fundía con la espuma del mar.
Con la construcción del faro llegaron los primeros pobladores:
los fareros, de apellido Pini; que unidos a los Pioli dieron a
luz al primer vástago nacido en esas tierras.
El paraje tuvo un segundo impulso 35 años después
con la llegada de un ferrocarril que unía el faro con la
ciudad de Rocha, a unos 30 kilómetros de allí. El
ramal se detenía en esa ciudad sin llegar a la capital.
El tercer empuje siguió a la instalación del puerto,
a mediados de la década del 40. Una terminal que nació con
el negocio de las armas y viró al pesquero; que aún
funciona fuera de la temporada de verano, ya que la actividad turística
es el más fuerte sustento económico de la región.
A diferencias de otras poblaciones de la costa de Rocha, como Valizas
o Punta del Diablo, que se desarrollaron como aldeas de pescadores;
la historia de La Paloma lleva más de un siglo unida al
turismo.
Los locales consignan a Nicolás Solari como el gran propulsor
de la urbanización del paraje cuando no era más que
un caserío, por el año 1964. Las casas se ubicaron
en torno al faro y la bahía. En una lonja perpendicular
al mar, hasta la rotonda que hoy permite el ingreso a la ciudad,
su hermano Andrés sembró un pinar que hoy da cobijo
a un parque que lleva su nombre. El proyecto por el cual creció el
paraje es modelo en las facultades de arquitectura del país.
Desde la ciudad vieja, las construcciones se expandieron hacia
el norte, a través de las dunas. Hacia el sur, en la línea
donde se instaló el centro de la ciudad, siguen los hoteles
y resorts más confortables y las casas, humildes o exuberantes,
se pierden en el monte entre árboles trepados por enredaderas
y flores que crecen salvajes.
Oleajes
Unos 20 kilómetros de playas circundan la ciudad, cada una
diferente a las otras en el grosor de su arena, su profundidad,
su declive y, por lo tanto, la forma y las posibilidades que las
olas brindan a los bañistas y los deportistas. La otra diferencia
la hacen los vientos. Aunque las costas uruguayas son ventosas
en los meses de mayor turismo (enero y febrero) la ubicación
de los balnearios de La Paloma y sus alrededores permite ir desde
los que miran hacia el norte a los que se vuelcan al sur en busca
de espacios con más resguardo, aún en el mismo día
-una característica que se relaciona con la Brava y la Mansa
de Punta del Este, pero que abarca a todos los balnearios que se
bifurcan a partir de una saliente del continente-.
Hacia el norte se suceden La Aguada, Costa Azul y Antoniópolis,
antes de La Pedrera; el balneario que conquistó más
adeptos en los últimos años. Esta arista de la costa
tiene una pendiente mayor, que provoca olas más fuertes
y son las elegidas de los surfistas. La campeona uruguaya de surf,
Celia Barboza, practica en La Pedrera y se la puede hallar enseñando
a montar olas.
En el centro de La Paloma están las playas de la Bahía,
un área más resguardada, de oleaje calmo, en el que
los chicos ensayan sus primeras incursiones para saltar las olas
o barrenar con sus tablas. Hacia el sur se encuentra una sucesión
de balnearios con olas regulares sobre los que se ubican las casas
más grandes, los hoteles y resorts. El primero y más
popular es La Balconada, con una pendiente que se hunde en el mar,
le da el nombre a ese espacio y forma un pozo en el mar donde los
bañistas nadan y juegan despreocupados. Es la preferida
por jóvenes y familias, con algunos puestos puestos de venta
que ofrecen refrescos, tartas y , a veces, empanadas. Los puestos
en toda la costa no tienen permitido cocinar; y las esquiciteces
marinas sólo son accesibles en los restaurantes. A exepción
de algunos buñuelos de algas, una comida bien autóctona
que ofrecen vendedores ambulantes.
Tras la Balconada está El Cabito, una pequeña saliente
de rocas talladas por el mar que deja el agua encerrada en pequeñas
piletas, que atrae a los niños -a la tranquilidad de sus
padres- y a los pescadores que la toman de escollera. La sigue
la playa por la cual entraron los primeros pescadores, Los Botes;
a la que sigue Anaconda y Solari; dos playas amplias, anchísimas
y menos pobladas. A esa altura de la urbanización, que se
recuesta sobre el mar, se ubican los hoteles y complejos más
costosos.
Vericuetos
"Si se confunde mucho, pregunte", indica un bombero recorre
en moto las calles de la ciudad para controlar los posibles focos
de fuego que -como en todo lugar donde hay bosques, sol y turistas-
se vuelve una arista de cuidado. La advertencia sobre la confusión
se debe a las callecitas sinuosas que se cruzan y desdoblan en
rotondas y bulevares; que se adentran sin salida entre las casas
y se pierden en los médanos.
La Paloma no tiene una costanera. Las calles, algunas, llegan hasta
bajadas por las que se accede a la playa. O se puede llegar a ellas
por cualquier otro lado, a través de la arena poblada de
pastos que resisten el sol. Sólo en las más céntricas,
unos tamarindos, apenas alejados del mar, ofrecen el resguardo
de su sombra aunque el follaje no detiene la fuerza del sol del
mediodía.
Las distancias dentro de la ciudad no superan los 10 kilómetros
a cada lado del centro y sólo hay siete taxis -confió el
director de Turismo, Pedro Quartino- para atender la demanda de
más de 25 mil turistas que se instalan durante los meses
de enero y febrero. Y un ómnibus recorre los balnearios
una vez por hora. De modo que además de los automóviles
particulares, el medio de locomoción más difundido
es la bicicleta. En las calles comerciales las alquilan a unos
20 pesos uruguayos la hora, o 70 el día (unos 10 pesos argentinos,
ya que el cambio varía entre 720 y 750 uruguayos por 100
pesos argentinos). Los hoteles, resorts y algunos complejos de
cabañas incluyen a las bicicletas dentros de su oferta de
servicios. En las playas, conviven con las sombrillas; y ocupan
los postes de cualquier tipo en las calles y bajadas al mar. En
estos recorridos es posible cruzarse con artesanos, candomberos
y murguistas. La feria de artesanos se abre cada noche en el inicio
de la avenida central, con sus puestos ocupados por los mejores
maestros de Rocha. Y la avenida central congrega a músicos,
bailarines o malabaristas. Sobre la misma avenida se encuentran
el centro cultural, el cine y el casino; junto a barcitos y restaurantes.
Alojamientos
Aunque la mayoría de los viajeros prefiere reserar antes
de partir, no es complicado encontrar alojamiento al llegar siempre
que se cuente con ganas, un resto de tiempo y, mejor, si cuenta
con un vehículo.
Los hoteles tuvieron en enero tarifas entre los 30 y 100 dólares,
de acuerdo a su ubicación, confort y servicios. En la oficina
de Turismo ubicada al inicio de la avenida Solari informan con
detalles sobre las comodidades y costos de los complejos. El más
económico se encuentra en la zona más vieja, en el
centro de la ciudad y a unos metros del al mar de la bahía;
que se puede ver desde algunas habitaciones. Está rodeado
de casas, como el mismo hotel, bajas y rodeadas de flores. Una
gama de alojamientos y hoteles que cuestan entre 40 y 60 dolares
se encuentran esparcidos frente las playas o sobre la avenida central.
Los más costosos tiene vista franca hacia el mar, sobre
playas un poco más retiradas del centro comercial, y la
oferta de servicios incluye piscinas, paseos a caballo y bicicletas.
Tienen servicios de playa, sillones y sombrillas, con grandes terrazas
y algunos están equipados con kitchinete.
Los aparts y cabañas varían entre los 30 y 50 dólares
por día, muchos de ellos frente al mar o a metros de la
costa, sobre bajadas a las playas.
Las inmobiliarias ofrecen cabañas desde 30 o 40 dólares,
aunque las casonas con comodidades para más de 10 personas
llegan a valuarse en 4.500 dolares la quincena.
Entre las callecitas o en los negocios, los particulares ofrecen
sus casas en alquiler con carteles. Se hallan en todos los barrios,
de todas las zonas, y con la capacidad, comodidades y precios de
lo más diverso. |