Con menos visitantes y
sin los boliches nocturnos, este exclusivo balneario recuperó su bien más
preciado: la tranquilidad
LA PEDRERA.- "Este año volvió a ser La Pedrera
de antes. Por suerte volvió la tranquilidad, que era lo
que queríamos", comenta Silvina Carvalho, dueña
de la Posada del Barco y una de las 150 residentes permanentes,
bajo el sol radiante de pleno enero y a pasos de la playa de este
balneario de la costa uruguaya, a 230 kilómetros de Montevideo.
El retorno de la tranquilidad se debe a que los boliches, que las últimas
temporadas estuvieron en este pueblo del departamento de Rocha,
se mudaron a La Paloma, a 10 kilómetros de aquí.
Claro que son muchos los que piensan que los cortes de las rutas
en Entre Ríos contra la papeleras contribuyen a que haya
menos visitantes (todavía no hay cifras oficiales), aunque
no es un tema que obsesione tanto a Rocha, como a Punta del Este.
Con los boliches a otra parte, se fue la música a todo volumen
que desvelaba en la madrugada y también desaparecieron los
adolescentes que deambulaban por las calles y las playas, pero
que no se alojaban en el balneario. Aunque esta temporada, la ocupación
hotelera sigue siendo alta.
Porque La Pedrera siempre fue un buen lugar para refugiarse de
la superexposición de Punta del Este. Tiene lindas playas,
hoteles, posadas y casas de alquiler de nivel, una amplia oferta
gastronómica de calidad y tarifas que se mantienen estables.
Creció como la propuesta más exclusiva de Rocha,
jerarquizada por argentinos que hicieron sus casas y muchos famosos
que la eligen desde siempre para vacaciones alejadas de los flashes
y las revistas.
A cualquiera que se le pregunta sabe dónde está la
casa de Norma Aleandro, por ejemplo, una habitué de estas
playas, y hasta más de una vez se la ha cruzado en la calle.
La lista de celebrities es larga. "Acá vive Maitena,
siempre viene Susú Pecoraro, he visto a Natalia Oreiro,
a Julio Bocca, y este año está Mariana Arias",
enumeran los residentes, casi repitiendo de memoria nombres y apellidos
conocidos.
En la mudanza de los locales nocturnos tuvieron mucho que ver los
vecinos, que lucharon para terminar de una buena vez con los ruidos
molestos que perturbaban los dulces sueños. También
fueron ellos los que pusieron dinero de su bolsillo y contribuyeron
para cambiar todo el alumbrado público de la rambla. Los
antiguos postes llenos de cables y luces fuertes se cambiaron por
unos coquetos faroles que no tapan el brillo de las estrellas.
José Luna es uno de los vecinos históricos, de esos
que se enojan y despotrican cuando algo no le gusta: "Con
los boliches era un desastre, no se podía dormir".
Ahora, su cruzada es contra el camping: "Hay que sacarlo
porque es un basural" dice.
Fotos en sepia
Hace más de 70 años que viene y pasa buena parte
del año en su casita a pasos del mar. En una pared colgado,
tiene el plano original de La Pedrera, que data de 1897, y también
muchas fotos de cuando veraneaba de chico, con mujeres de faldas
largas con los pies en la arena.
"Al principio veníamos en carreta desde Rocha, después
yo venía en bicicleta y llegaba antes que el auto, por como
estaba el terreno", recuerda.
Caminando por la costanera todavía sigue en pie una pared
de la que fue la primera casa de la zona, a fines del siglo XIX.
Y en la playa todavía se llama el Pozo de Muzio a una suerte
de pileta que se forma entre las rocas y que estaba enfrente de
la casa de esa familia tradicional.
Los que buscan La Pedrera para descansar, lejos del ruido y las
multitudes, están en su salsa. Se puede ir a la playa sin
que otro se ponga con la silla y la lonita encima, o caminar sin
empujones por la principal a cualquier hora.
La vida va a ritmo tranquilo. Cada uno se viste como quiere, sin
seguir los reglamentos de la playas de moda.
En la principal se encuentra lo necesario y nada más: supermercado,
farmacia, ferretería, bares y algunas tiendas con pareos.
Cuando cae el sol, el local de Internet que está frente
a la miniterminal de ómnibus reúne a los más
jóvenes.
A otros, esta disminución de turistas en pleno enero les
borra la sonrisa. Daniel López vende caracoles, de esos
bien grandes, que él mismo pesca, en la rambla, a pocos
pasos de la calle principal, como en los cinco años anteriores. "Este
año no vino ni la mitad de la gente que el año último,
parece invierno. Antes ni se podía andar con el auto por
la cantidad de gente", se queja, por la caída en las
ventas.
Los habitués festejan. Tienen de vuelta La Pedrera de siempre,
donde lo que abunda es la tranquilidad. |